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sábado, 28 de junio de 2008

Fabiana


Verte, pequeña, es como la suave caricia

de la brisa del mar, que desde

el Malecon llega a mi rostro.


Y en tus ojos, pequena, me reflejo,

me desnudo, me despojo,

y me guarezco ... en ti.


Y en tus besos, pequena,

con la musica queda del alma

alcanzo la felicidad


Gracias, pequena,

me das vida todos los dias


Mi pequena, mi alma .....


Miraflores, 03/02/2008

Setiembre, 23


Esa tarde fue especial, a pesar de que ya todo estaba preparado. Nos reunimos todos en la sala de espera de cirugia a las 12 del dia. Me permitieron entrar, felizmente. Yo llevaba mucha prisa, mas por ansiedad que por otra cosa, una camara de video al hombro y algo de nervios.

Entre a la sala de operaciones. Todo en penumbra, en silencio. Era comprensible, las circunstancias asi lo requerian, y mi vestimenta antiseptica era explicada por las mismas razones. Traia yo gorro de quirofano, zapatos de tela y mascarilla, toda la parafernalia de las cesareas desde tiempos inmemoriales.

Cerca de la 1 empezo la ceremonia. Un ritual escabroso, tanto que si yo hubiera tenido que atender algo parecido en otras circunstancias seria mejor no recordarlo. Pero la ocasion me exigia el maximo de lucidez y cordura. Debia ademas cuidar de que la camara registrara los minimos detalles para la posteridad.

Luego de la anestesia y de las recomendaciones habituales, comenzaron los cortes a piel viva. El desconcierto se abrio paso de entre los nervios, para luego recibir al estupor. Pude ver en ese instante las entrañas y la piel de entre el cuerpo agitarse con los movimientos de la cirujana. Llegaba el momento crucial de la locura, ese preciso momento en que el tiempo se detiene.

Y casi sin darme cuenta la sacaron desde el vientre. Agitandola para sacudir las mucosas y los flujos adheridos. Era algo asi como una masa informe, recubierta toda de babas blanco verdosas. No hubo llanto ni palabra alguna que rompiera ese silencio espectral, ese momento alucinado.

Tras todos los movimientos iba yo con la video camara, tratando de sobreponerme a la impresion y mantenerme en pie. Fui tras ella, pequeña estrella opaca de luz viva, criatura salvaje emergida del centro mismo de la vida, animal perfecto de mi ser, lagrimas bellas de mis lagrimas vivas.

La limpiaron y secaron su rostro. Rescataron su belleza intacta desde el mundo de los hombres convirtiendola en el angel que es hoy. Y me detuve a verla fijamente, como sacada de los cuentos increibles y las memorias eternas. No hubo palabra posible en ese instanste. Solo pensamientos, sensaciones y ternura.

Ya tenia nombre, asi que fue facil decirlo en mi mente, pronunciarlo sin temor, reconocerla en mi corazon, sin miedos ni penas. Fue entonces que, como rapto de locura, la senti mia, carne de mi carne, piel de mi piel, alma de mi alma. Fue entonces que lo dije muy quedo, solo para mi, solo para ella... Fabiana, mi hija.

Miraflores, 15/04/2008

Carmen Florián Montes


Cuando yo era niño, me recuerdo de la mano de mi madre, joven ella, con el cabello medio, los ojos tristes y la sonrisa buena. A veces, en familia, salíamos a pasear con mis abuelitos, a la campiña de Huacho, o a comer alfajores a Sayán o, simplemente, a recorrer Huaura y pasar una buena tarde de domingo. En otras ocasiones, salíamos los dos solos, alguna vez a hacer la cola en el Banco de la Nación para cobrar su sueldo de profesora del Estado, u otras para ir de compras de algo que hacía falta. En esos primeros años de mi infancia, además, la recuerdo trabajadora, haciendo doble turno en la escuela estatal de Carquín donde enseñaba primaria, siempre apurada y con nostalgia por tener que estar la mayor parte del día lejos de mí.

Todavía recuerdo las sensaciones de ternura y de alegría, y también las veces que se molestaba conmigo. Pero sobre todo, tengo su imagen de hija cuando cuidó de su madre a lo largo de su penosa enfermedad. Pero en cada momento siempre se mostró fuerte, delante de las circunstancias y al frente de los problemas. Pero siempre con una palabra dulce para mí y el resto de la familia.

Durante los años que pasé lejos de ella, su imagen y estos mismos recuerdos me mantuvieron firme y con la idea de lograr mis metas trazadas, superando los reveses y las inquietudes propias de la edad más revuelta.

Hoy que la veo convertida en abuela me llena de emoción el verla con Fabiana, cómplices y amigas, tramando sorpresas y entendiéndose a la perfección. No hay palabra que alcance al gozo de la vida, tenerlas a mi lado y poder ser como soy para ellas, las muestras vivas de que Dios está conmigo.

Y hoy, día tras día, cada vez que veo su rostro, y me veo reflejado en él, siento nostalgia por las veces que pude decir más tequieros pero alegría por las que todavía puedo llenarla de besos. Gracias Carmen por la cesárea, por los berrinches, la adolescencia, la locura y todo lo demás. Gracias Carmen por la paciencia, el amor y las trasnoches.

Miraflores, 09/05/08

A San Antonio de los Baños

Las mañanas en el patio de letras, con mis amigos, eran lo mejor que uno podía querer. Ni siquiera la gentita de la rotonda podía opacar nuestro alegre optimismo, esa magia iluminada que nos despertaba cada mañana, y eso que más de uno sentía ya con los despertares alguna que otra curiosa ansiedad depresiva que asomaba sutil y lentamente por debajo de la almohada y entre las sábanas. Por esos días preferíamos decir que el solo nos golpeaba el rostro y nos acusaba de haber despertado, qué difícil era el levantarse algunas mañanas soleadas de verano, con la mirada contra la nada y la esperanza de que el mundo sea distinto, sin combis ni represión, sin clases de mate con Lumbreras o lengua con Mauchi, qué fácil era entonces nuestro mundo, no?

Recuerdo con nostalgia la facilidad con que el loco Freyre sacaba las primeras notas arpegiadas de Ojalá, nuestro emblemático himno de esos años, a pesar de las miradas de desprecio de los dementes normales, porque indudablemente eran ellos los extraños. Era la primera vez que me enfrentaba al mundo, tal como muchos lo han soñado y otros lo han hecho, era nuestra forma de existir, o al menos intentábamos empezar una senda.

Fue quizás Ojalá la primera manera de ver el mundo con otros ojos. No había manera de que alguien nos privara de eso, por bueno o por malo, ni siquiera Crespo con su insufrible curso de historia universal. Fue la mejor manera de conocer a Silvio Rodríguez, en el patio de letras, con la mirada de desprecio de la gente que pasaba hacia Psicología y la gentita de la rotonda.

Años después, como alguna vez lo escuché en ese mismo patio, cuando la gente se inserta en el sistema, desde adentro, o lo escuchas de manera distinta o simplemente no lo escuchas. Pero Silvio es mágico y siempre vuelve, a atormentarte si es que lo necesitas, a darte un baño de humanidad, una dosis de poesía, algo de música culta.

Y era tan bueno gritar a voz en cuello el coro de esa vieja canción que cualquier grito o amenaza era poco para nuestro espíritu. Eran años bellos. Nos faltaba tiempo para caminar, recorrer, conversar y debatir, algunos más cercanos a las márgenes izquierdas y otros menos vehementes, algunos visitábamos la facultad de letras de San Marcos cuando la fiebre convulsa de los más tenaces se alzaba y otros se quedaban en el jardín de la rueda o en la cancha de fútbol a fumarse un dulce troncho. A veces el jardín del CAPU era escenario de nuestros debates o canciones, a pecho vivo, pese a las advertencias de desalojo de la autoridad o la presencia infesta de algunos grupos de pensamiento menos rebelde.

Por estos años nuestro emblema había cambiado, habíamos dejado aquella poética Ojalá por la muy intelectual Pequeña serenata diurna. La tranquilidad de la cafeta de letras era solamente provocada por algunos versos alzados del poeta Josemari Recalde o los gritos desatinados de Ricardo Letts, una verde mañana de tantas, con gente inerte y pensamientos idos.

Cuando la distancia pierde su tiempo, no somos capaces de ver más allá del cielo, algo que perdemos al salir de la inocencia, al dejar de lado el sueño loco de ser felices o tristes, qué más da, pero humanos al fin. Si los brazos cansados yacen al sol, solo siéntate y respira, me dije yo mismo muchas veces. Hoy me hace falta escuchar mi propia voz, y volver a la inocencia de esos años. Quizás Silvio me la devuelva, o Cuba entera, o la vida misma. Quizás mi cama me devuelva el alma, queda entre sus rendijas inertes, aletargado, muerto, como de porcelana, posado en el hedor de la nada.

Cada día me alzo, paloma mía, para gritar al viento la canción del elegido y posarme sobre tus alas, dormido, viajar en el tiempo, para despertar en una nueva mañana y ser feliz, a pesar de mi mismo y de los muertos de mi felicidad. Ya desde la orilla del sistema, vacía el alma, solo las palabras tiernas y los pequeños besos de mi hija me dan paz, me dan vida. Y el tiempo me da la razón, me devuelve una caricia ida y me dice que puedo seguir adelante, bendecido por las lágrimas y las arrugas y los pesos muertos. Y espero despertar y tomar mi combi, llegar al patio y escuchar a Marco, Javier y Leysser, saludarlos, reírnos, mirar a la gente, sentarnos a llorar y proferir alguna de Silvio.

Miraflores, 21/06/2008